10.9.09

El hedor patrio

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que durante el gobierno de Lacalle ocurrieron hechos de corrupción graves, que dos bancos fueron privatizados de manera escandalosa, que su propia esposa se vio involucrada en uno de esos casos, que el propio Lacalle no le dijo la verdad al juez cuando le preguntó si alguna vez se había entrevistado con un señor Sandro Calloni, que ese día, cuando fue a declarar, los canales 4, 10 y 12 no enviaron ni siquiera a un periodista o a una cámara a registrar el suceso.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Mujica no se levantó en armas para frenar un golpe de estado, sino para derribar a una democracia; que integró y tuvo responsabilidades de mando en una organización que puso bombas, que secuestró y mató, que incluso asesinó a gente inocente e indefensa. No se puede decir que la historia oficial tupamara, que Mujica suscribe, está llena de gruesas inexactitudes. No se puede decir que los altos costos de aquella aventura todavía hoy los estamos pagando.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Pedro Bordaberry nunca debió salir a defender la actuación política de su padre, un dictador convencido y tan ultramontano que incluso los militares lo consideraron demasiado reaccionario y lo mandaron para su casa. No se puede decir que Pedro Bordaberry se quedó con el Partido Colorado porque los ex presidentes Julio Sanguinetti y Jorge Batlle lo destruyeron antes. En Uruguay no se puede decir la verdad, por obvia y flagrante que ella sea.

No se puede decir que el clientelismo sigue. Tercera parte.

No se puede decir que la educación pública es una catástrofe a la que solo recurren los que no tienen más remedio. No se puede decir que la enorme mayoría de los gobernantes -los del Frente en primer lugar- envían a sus hijos a los colegios privados.

No se puede decir que vivimos en un apartheid: los empleados públicos trabajan menos y ganan más; los privados trabajan más y ganan menos.

No se puede decir que los medios de comunicación apestan. No se puede decir que es patética la moda según la cual todos los programas de radio y televisión, y hasta los títulos de diarios y portales, tengan necesariamente que ser “graciosos” o tener su lado supuestamente cómico.

No se puede decir que peor que Telenoche 4 es el noticiero de Canal 5, siempre oficialista.

No se puede decir que Chávez nos obligó a integrar esa cosa repugnante que es Telesur.

No se puede decir a cambio de qué.

No se puede decir quién financia la campaña electoral.

No se puede decir que el fútbol uruguayo es una farsa.

No se puede decir que Artigas nunca quiso volver al Uruguay, ni de vacaciones ni después de muerto. Y que murió sintiéndose paraguayo.

No se puede decir que los charrúas fueron unos salvajes.

No se puede decir la verdad, ninguna verdad. Nos hemos transformado en un país hipócrita, sepultado en toneladas de mentiras, inmovilizado debajo de una gruesa capa de farsa acumulada.

Ni siquiera se puede decir que la cumbia villera es una basura. Porque si decís esa verdad tan evidente en seguida tenés al coro de hipócritas señalándote con el dedo, acusándote de facho y repitiendo: la cumbia villera es una manifestación cultural tan válida como cualquier otra.

Qué suerte.

Uruguay: cómo te hiede la tanga.


el.informante.blog@gmail.com

5.9.09

Dos nominaciones a los premios Bartolomé Hidalgo


Dos de mis libros han sido nominados a los premios Bartolomé Hidalgo, otorgados por la Cámara Uruguaya del Libro a las obras más destacadas del año.
Preguntas y respuestas sobre animales del Uruguay ha sido incluido en la terna de libros nominados al premio en la categoría Álbum Infantil.
Historias tupamaras ha sido nominado en la terna de la categoría Ensayo Político-periodístico.
En esta nota del diario La República se detallan las ternas y los jurados.
http://www.larepublica.com.uy/cultura/379351-camara-uruguaya-del-libro-otorgara-los-premios-bartolome-hidalgo-2009

8.8.09

El Gladiador

Julio Ribas, Gladiador, Peñarol
Todas las mañanas bien temprano, aún en invierno, cuando llueve y hay helada, Julio Ribas sale al jardín de su casa en traje de baño, se para en el borde de la piscina y grita bien fuerte: «¡¡¡ESTOY EN GUEEERRAAA!!!». Luego se zambulle en las gélidas aguas.
Silvana, su esposa, le pide que no lance esos alaridos, porque teme que los vecinos se quejen. Pero Ribas no le hace caso. Para él, todas las personas del mundo están en guerra, sólo que algunos tienen la valentía de asumirlo y otros no. Él lo asume.
Ribas es el director técnico de Peñarol. Para muchos es el entrenador más polémico del país. A pesar de sus éxitos o precisamente por ellos. Se hace llamar El Gladiador. Hoy, cuando el fútbol se ha transformado poco menos que en una ciencia de laboratorio, él sostiene que es una guerra. Donde un técnico como el argentino Marcelo Bielsa ve un tablero de ajedrez lleno de estrategias por tramar, Ribas ve un campo de batalla. Él piensa que para ganar lo más importante es que sus “gladiadores” estén convencidos de que son invencibles. Y que sean capaces de dar lo máximo en cada jugada.
«Lo más parecido al deporte profesional está en el Coliseo romano», me dijo Ribas en Los Aromos. «Los que entran a un estadio no son ni azafatas ni modelos, son guerreros. ¡Guerreros! El fútbol es vida o muerte, deportivamente. Es uno u otro. No existe un gris».
Viéndolo así, su carrera es una suma de muertes y resurrecciones, triunfos y derrotas. Quizás todo dependa de lo motivados que estén los jugadores con su discurso.
Mi primer encuentro con Ribas fue en abril. Entonces Peñarol iba en las primeras posiciones y el objetivo de reconquistar el Campeonato Uruguayo -tras cinco años de fracasos con otros entrenadores- parecía cercano.
Ribas reunió a los futbolistas en la mitad de la cancha. No había público. Sólo se escuchó su arenga:
–¿Qué precio están dispuestos a pagar para ser campeones? ¡Yo pagaría lo que fuera! Siempre hay un precio por lo que querés y nosotros lo pagamos en cada entrenamiento. ¡Cada uno tiene que ser como si fuera el último!
Comienza la práctica. Hay que correr más, grita Ribas:
–¡Vamos que son jóvenes, les tienen que salir las tripas de la boca!
Un jugador falla en una jugada y agacha la cabeza, apesadumbrado. Es el tipo de cosas que Ribas no acepta en un «gladiador». Su voz truena:
–¡No agaches la cabeza! ¡La vida no es para lamentarse! ¡Es para buscar otra oportunidad!
Ahora ordena un ejercicio: los suplentes deben retener la pelota; los titulares, quitársela. Con el cuello de la remera levantado como malevo de tango, Ribas ordena comenzar. El arquero suplente le pasa el balón a uno de sus jugadores. Ribas empieza a gritar como si aquello fuera la final de la Copa del Mundo:
–¡Presione! ¡Presione! ¡Presione!, ¡Presiónalo! ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo ya!, ¡Presiónalo ya!, ¡PRESIÓNALO YA!, ¡PRESIÓNALO A MUERTE!
Antes de irse a bañar, los futbolistas practican tiros al arco. Ribas se para detrás de la portería. A cada uno que va a patear, lo desafía:
–¡Acá estoy yo, el monstruo! ¡Soy el ogro y no pueden soportar esta presión!
Ribas confía más en sus mensajes que los esquemas de juego o en las complicadas jugadas de laboratorio. «Si al jugador le llegás al alma, vas a ganar con la táctica y la estrategia que sea, el sistema sale solo», le dijo a un joven admirador que fue a Los Aromos a pedirle consejo sobre cómo entrenar a un club infantil. Si el escritor y periodista mexicano Juan Villoro escribió que los equipos que dirige el holandés Cruyff son como un cuadro expresionista abstracto en el que cada futbolista incorpora un color, de los equipos de Ribas podría decirse que son como un ejército medieval en el cual cada jugador ayuda con toda su fuerza a impulsar el ariete que golpea una y otra vez contra la fortaleza enemiga. Ribas lo llama «fútbol vertical». La pelota siempre es impulsada hacia adelante, contra el arco rival. Nada de elaboradas jugadas ni de sucesivos pases laterales de pelota. Siempre al frente, nunca para el costado.
Por entonces, Peñarol había ganado los últimos dos partidos que había jugado. Y luego ganó otro. Pero de todas maneras su juego había sido horrible según la mayor parte de la prensa. Sin embargo, Ribas no acepta ese tipo de críticas. A él le parece ridículo pretender que el fútbol tiene una dimensión estética.
–La estética es muy subjetiva, agradar a todos es imposible. Lo que cuenta, en la vida y el deporte, es la eficacia: hacer goles y que no te los hagan.
En su blog hay una frase que lo resume todo: “Ganar no es lo más importante. Es lo único”.
Uno de sus libros de cabecera es El arte de la guerra, del chino Sun Tzu, un clásico con 2.500 años de antigüedad. Tiene un ejemplar en su mesa de luz, junto con una biografía de Jesús, el Manual del Guerrero de la Luz, de Paulo Coelho, y otra media docena de libros a los que vuelve una y otra vez. «Sun Tzu dice algunas verdades universales», me explicó al término de un entrenamiento. «Una de ellas es que la invencibilidad está en uno mismo y la vulnerabilidad en el adversario. Los guerreros en la antigüedad primero se tornaban invencibles, para después ir por la victoria. Vos primero tenés que forjarte un hombre con una autoestima increíble. Y ella te va a dar la capacidad de jugar al fútbol de la mejor manera. Ése es el camino».
–¿Qué piensa cada mañana cuando se mira al espejo? –le pregunté.
–Que soy el mejor. No podría luchar por mi familia, por mis hijos, por mi equipo que es tricampeón del mundo y pentacampeón de América, si no lo sintiera.
En su blog Ribas se presenta como «el Gran DT», «¡Multicampeón!» y «¡Hombre récord!». Su ambición es llegar un día a ser campeón del mundo. «Hasta que no lo consiga no va a parar», me dijo su esposa.

Primer bloque del reportaje sobre Julio Ribas escrito por Leonardo Haberkorn. Fue publicado en la edición de agosto de 2009 de la revista Bla. Integra el libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
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