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25.2.11

Otro guascazo del profe Guasco

La educación uruguaya no tiene arreglo. Lo sé porque acabo de leer el recién publicado “Boletín informativo N1” del equipo de los “consejeros electos” de la educación nacional.
Se trata de una publicación electrónica en la cual escriben los consejeros que representan a los sindicatos en los órganos de dirección de la enseñanza.
El más conocido del grupo es el profesor Daniel Guasco. Se ha hecho popular a fuerza de pregonar ideas absurdas y totalitarias. Propuso tomar como ejemplo la dictadura china y cerrar los liceos por un año. Integra el Consejo de Secundaria en representación del gremio de docentes Fenapes.
Su artículo en el Boletín no tiene desperdicio.
Para comenzar, comienza con una cita de… ¡Fidel Castro, el dictador cubano!
Eso sería suficiente para saber lo que Guasco piensa respecto a la democracia, a la libertad y a la enseñanza. Pero si un quiere pasar un rato divertido, hay que leer el resto.
Escribe Guasco:
“Queda claro que formar, capacitar, adiestrar, es sólo un aspecto del aprendizaje  (patentizada en las reformas de los 90 y en el fracaso que hoy constatamos). El aspecto quizá más mezquino y mercantilista, de acuerdo a la condición del joven. Pero eso no es educar. Educar compromete la formación de una personalidad y de un sujeto humano en la edad adolescente, por lo que implica formar en valores que atraviesan todo, definiéndolos claramente”.
El párrafo, además de demostrar que Guasco escribe con errores de concordancia, deja en claro que para este hombre “formar y capacitar” es algo “mezquino y mercantilista”.
Para Guasco los adolescentes tienen que ir al liceo a aprender “valores”. Compañerismo, por ejemplo. Solidaridad. Justicia (¿como en China?). Sentido de la emancipación. Libre pensamiento. Espíritu democrático (¿como en Cuba?).
Guasco se mete después con las formas de evaluación. Las pruebas que miden solo los conocimientos están mal, nos dice. No se puede evaluar  sólo lo que un estudiante sabe de matemáticas o su manejo del idioma. Hay que medir también lo que aprendió sobre valores.
Las pruebas que hoy se usan (como las PISA) “no miden niveles de integración, de capacidad para resolver las situaciones de conflicto en los vínculos, no mide la solidaridad, el espíritu de compañerismo, etc”.
Este párrafo, además de demostrar que Guasco tiene problemas para conjugar bien los verbos, sugiere que en Uruguay debemos innovar en el mundo. En todo el planeta se mide si los jóvenes aprenden a escribir, a leer, a comprender un texto, a resolver un problema matemático, a entender un proceso científico.
Guasco quiere que Uruguay experimente. Propone realizar nuevas pruebas de “valor cualitativo”. En ellas, se desprende, se medirá lo que el estudiante incorporó en “valores”.  Su sentido de la justicia. Su espíritu de compañerismo. Qué tan solidario es.
-Rodríguez, ¿está dispuesto a viajar a Cuba a colaborar en la cosecha de caña?
-¡Sí, profesor Guasco!
-¡Aprobado Sote!
Luego el consejero sindical nos plantea una situación hipotética:
“Si yo le dijera a la gente y a los padres, y a los jóvenes, que en los liceos uruguayos el rendimiento en matemática por ej., es malo en comparación con Australia, pero que sin embargo, con otra prueba, determino que son:
-solidarios
-que resuelven sus diferencias debatiendo
-que son críticos y reflexivos
-que desarrollan una conciencia democrática alta
-que saben desarrollar el espíritu de convivencia
entonces, que diríamos de los jóvenes uruguayos, en relación a los australianos... Qué dirían sus padres del liceo público. Yo diría que tienen que aprender matemática pero que tienen resuelto el tema de la educación para la vida”.
Este párrafo, además de demostrar que Guasco se come algunos tildes, nos sugiere que el fracaso de los estudiantes uruguayos en futuras pruebas PISA no sería tan grave si ellos “desarrollan una conciencia democrática alta” (¿como en Cuba?) y son “críticos y reflexivos” (¡como en China!)
Por último llega el momento de las propuestas. Y Guasco tiene una muy clara: hay que cambiar la sociedad.
“¿Como vamos a poder tener un liceo que ofrezca solidaridad, que sea gratificante, si afuera espera la competencia y desigualdad de todos ante las situaciones, y si las diferencias sociales instaladas desde el modelo imperante, solo posterga igualdades y acentúa diferencias?”
Este párrafo, además de demostrar que Guasco se come más tildes y sigue sin dominar las reglas de la concordancia, quiere decir que estamos fritos. Hasta tanto no hayamos construido algo medianamente parecido a China o a Cuba no hay nada que hacer. Seguiremos barranca abajo, porque la culpa del desastre educativo la tiene el capitalismo y la terrible sociedad en la que vivimos.
Pienso que si Guasco hubiera nacido en un mundo más justo, seguramente habría aprendido las reglas de la concordancia y sabría poner todos los tildes.
Cuánta injusticia hay en el planeta. Si no la hubiera, Guasco no escribiría párrafos espantosos como:
 “En este contexto de situaciones, las pruebas deben relativizarse, por las razones expuestas. Todas las pruebas. Estas y otras. Nos muestran situaciones muy estandarizadas, sometidas al acaso, atada a necesidades coyunturales, y expresión de una especie de desorganización heredada de gobiernos de la educación anteriores, y que no hemos podido aún resolver”.
En un mundo solidario, Guasco no usaría seis palabras para expresar lo que puede decirse en una (para decir “adolescente” escribe “sujeto humano en la edad adolescente”).
Guasco quiere cerrar los liceos durante un año. Que los jóvenes se ocupen en otra cosa. No lo dijo pero estoy seguro: durante ese año los profesores seguirían cobrando su sueldo.
Cuando termine ese año masivo sabático, Guasco –que es profesor de filosofía- quiere enseñar valores (¿leer citas de Fidel?), hablarles a los muchachos sobre la vida.
En el Boletín escribe:
“Hablar de la vida supone preparar a los jóvenes para el disfrute y no para luchar por un salario contra otros”.
Este señor ocupa un lugar en el gobierno de nuestra enseñanza.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
el.informante.blog@gmail.com

12.2.11

Buenos y malos profesores

El 75% de los uruguayos mayores de 15 años no terminó Secundaria y más del 48% ni siquiera su ciclo básico, según datos divulgados por el Instituto Nacional de Estadística (*). Son los peores índices del Mercosur, lejos de países que a su vez están lejos de tener un nivel educativo aceptable. Los que se quedan en el liceo, mientras tanto, aprenden poco y nada, como demuestran las pruebas PISA.
El debate, mientras tanto, es el mismo de siempre. Que hay que respetar la autonomía de la educación. Que hay que terminar con la autonomía. Que hay que educar en valores. Que hay que educar para el mercado. Que el Plan Ceibal nos salvará. Que solo el Plan Ceibal no alcanza. Que nunca antes se destinaron tantos recursos para la educación. Que hay que destinar más recursos. Que el ausentismo docente es muy alto. Que el ausentismo es culpa del sistema. Años y años escuchando la misma cantinela, barranca abajo.
Los sindicatos mandan: por eso la antidemocrática autonomía es sacrosanta y los recursos económicos se siguen aumentando sin exigir contrapartida alguna. Mientras tanto, los jóvenes ni siquiera pueden escribir y leer bien en castellano. De aprender inglés ni hablamos. ¿Matemáticas? Difícil para analfabetos virtuales.
Deberíamos dejarnos de mentiras piadosas, porque no hay piedad para los estafados por el sistema educativo. Se dice que todo se hace en nombre del progresismo y la solidaridad, pero en el quintil más pobre de la sociedad apenas el 1,7% termina Secundaria. La Universidad de la República es gratis... para los ricos. Mientras festejamos el pleno empleo, estamos construyendo un país de vigilantes, vendedores ambulantes, limpiadoras esclavizadas en empresas tercerizadas y carne joven para call centers.

La revista Newsweek propuso en marzo de 2010 la siguiente solución para los problemas de la educación en Estados Unidos: "Debemos despedir a los malos profesores". Una revista educativa le respondió poco después: la solución no es despedir a los malos, sino "apoyar a los buenos profesores".
Ambas propuestas son lógicas y necesarias, pero nosotros no aplicamos ninguna de las dos. En Uruguay -donde la religión es emparejar para abajo- ni se premia a los buenos, ni se echa a los malos. En realidad, como los sistemas de evaluación no son sistemáticos ni están bien organizados, ni siquiera sabemos bien cuáles son unos y cuáles son los otros. Averiguarlo sería un primer paso.

(*) El Instituto Nacional de Estadísticas mide el porcentaje de adultos que no terminó Secundaria considerando el universo de personas a partir de los 15 años. Pero, por su edad, es lógico que los que tienen entre 15 y 17 no hayan terminado el bachillerato. El porcentaje de adultos que no terminaron sexto entonces debe ser menos al 75% que indica la Encuesta de Hogares del INE.

14.1.11

El Uruguay devuelto

El escritor francés André Gide dijo: “Todas las cosas ya han sido dichas, pero como nadie escucha es necesario empezar de nuevo”.
Esto que voy a escribir ahora, ya lo escribí antes. Pero como sobre los abusos de los sindicatos de empleados públicos uruguayos todos miran para el costado, voy a decirlo de nuevo.
El director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano, decidió usar ciertos fondos de su presupuesto para premiar a sus mejores funcionarios. Entregó entonces unas “compensaciones” de distinto valor, pero que promediaban los 2.000 pesos, a los empleados que más lo merecían. Para decidir quién debía recibir el premio y quién no, usó tres variables: asistencia, compromiso con la institución y el esfuerzo realizado en el trabajo.
Esto, que hubiera sido celebrado en cualquier empresa del mundo (que el jefe premie con un dinero extra al que trabaja más y mejor) provocó un terremoto en  la Biblioteca Nacional. El sindicato puso el grito en el cielo. Los dirigentes se enfurecieron. Tomaron medidas. ¡Cómo se iba a hacer un distingo entre los funcionarios! ¡Si había premio, tenía que ser lo mismo para cada uno!
Si alguien había trabajado mucho y bien, tenía que recibir la misma recompensa que la funcionaria que se fue de mochilera durante seis meses aprovechando una licencia sin goce de sueldo. Si alguien se había roto el lomo y había cumplido más allá de sus obligaciones, ese tenía que cobrar el mismo estímulo que el dirigente sindical que concurre a trabajar apenas dos días al mes.
Es la filosofía de la Vuelta Ciclista: si alguien se escapa del pelotón, todos rápidamente se organizan para perseguirlo, alcanzarlo e integrarlo nuevamente a la masa. Cuando eso ocurre, todos respiran aliviados.
Así funciona Uruguay. Así nos hemos ido transformando en un país enano.
Por suerte, el director Liscano no hizo caso al sindicato y repartió los premios según su criterio y no según el mandamiento sagrado oriental que obliga a emparejar todo hacia abajo, siempre.
Pero el karma uruguayo siempre se impone. Todos los empleados que habían recibido un premio fueron conminados por el sindicato a entregárselo a una comisión gremial que luego hizo las cuentas y repartió el dinero en cantidades iguales para todos, incluyendo a la mochilera y al dirigente sindical que nunca aparece en laburo.
Es lo de siempre. No hay que tomárselo a la tremenda. Es triste, pero la mayoría de los uruguayos piensa que así se deben hacer las cosas.
Pero los talibanes del culto al pelotón están desbocados. Ya no les alcanza ganar. Se sienten poderosos. Quieren más.
La presidenta de la Asociación de Funcionarios de la Biblioteca Nacional, la licenciada Cristina Padnikian, fue entrevistada por el programa No toquen nada, en Océano FM. Fue en noviembre pero vale la pena recordarlo. Que yo sepa sus declaraciones no han tenido otra repercusión, pero de verdad lo merecen. Revelan hasta qué punto hemos llegado.
Dijo Padnikian respecto a la polémica:
“Se resolvió con éxito por parte de la Asociación de Funcionarios de la Biblioteca Nacional ya que más del 90% de las personas que recibieron compensaciones devolvieron el dinero a un bolsa común y se repartió en forma igualitaria. Quedaron solamente nueve personas fuera. Por resolución de asamblea se resolvió hablar con ellos para que devolvieran el dinero, si es que quieren. Y en el caso que no lo devuelvan, serían expulsados del sindicato. Pero tienen la posibilidad de resarcirse, ¿no?”.
Estas declaraciones, que pueden escucharse en la página web de la emisora, resultan tan reveladoras como indignantes.
Indigna, por supuesto, la presión de corte cuasi mafioso según la cual quien no entregue el dinero que legítimamente ganó será expulsado del sindicato, como si hubiera cometido algún delito.
Pero indignan también las palabras elegidas por Padnikian en su victorioso alegato. “Devolver”, un verbo que la sindicalista utilizó tres veces en su breve alocución, tiene varias acepciones en el diccionario, pero para este caso corresponde la siguiente:
"Devolver:  Restituir algo a quien lo tenía antes".
Cuando Padnikian dice: “más del 90% de las personas que recibieron compensaciones devolvieron el dinero a un bolsa común” equivoca las palabras.
Nadie devolvió nada allí. Si hubieran devuelto el dinero, se lo habrían devuelto al director Liscano, o al Estado, o al pueblo que con sus impuestos solventa a todos los que allí trabajan. Porque se devuelve algo al propietario, al que lo tenía antes.
El sindicato, no importa cuánto viento les infle la camiseta, no es el dueño del dinero de la Biblioteca, ni su depositario.
El dinero no les fue devuelto. Les fue entregado. Bajo presión, como Padnikian confiesa.
Cuando la gente es presionada por otra gente para entregar el dinero que le pertenece también hay palabras en el diccionario.
La sindicalista agregó en la citada entrevista que los nueve valientes que prefieren ser expulsados del paraíso sindical y ganarse fama de carneros antes que entregar lo que se ganaron en buena ley, todavía tienen tiempo para “devolver” el dinero al gremio. Todavía pueden “resarcirse”, dijo.
Resarcir según el diccionario quiere decir: “indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio”.
Entonces no. No pueden resarcirse ni resarcir a ninguna persona porque ellos no han dañado, ni agraviado a nadie. Solo recibieron un premio por hacer bien su trabajo. Lo que pueden hacer es ceder a la presión, claudicar, resignarse, someterse, rendirse, entregarse. Y dar su dinero a quienes los están amenazando.
Ojalá no lo hagan. Ojalá aguanten. Ojalá resistan. Porque vale la pena saber que el pelotón, la patota, todavía no nos ha ganado a todos.
Dicho sea de paso. Devolver tiene otro significado: vomitar.
Debe ser por eso.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
el.informante.blog@gmail.com
Sobre este tema ver también "Suerte, Liscano":  http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/10/suerte-liscano.html

10.12.10

La diferencia entre Adeom y el Sunca

Durante años fui cronista sindical. Empecé en 1987 cuando trabajaba en el semanario Aquí, propiedad del Partido Demócrata Cristiano. Unas semanas antes, los sindicalistas del PDC se habían retirado del Congreso del PIT-CNT cuando los comunistas habían puesto en funcionamiento su clásica aplanadora. Por eso, como represalia, ningún dirigente comunista le hacía declaraciones a Aquí. Y, como ellos eran la inmensa mayoría en el PIT,  la cobertura gremial del semanario se había tornado una misión imposible.
La primera tarea que me encargó mi jefe fue lograr que los comunistas nos volvieran a hablar. Yo apenas empezaba en el periodismo y aquel encargo me pareció una quimera. Pero no estaba dispuesto a rendirme sin haberlo intentado antes.
Logré fijar una entrevista con Thelman Borges, poderoso dirigente textil comunista en aquel tiempo, integrante del Secretariado de la central obrera, luego devenido diputado y fallecido en 2009.
La sede del PIT-CNT estaba en aquellos tiempos en la Ciudad Vieja, en la esquina de Buenos Aires y Alzáibar, y Borges me citó en el bar de enfrente.
Cuando llegué, me estaba esperando. Junté coraje y le expliqué que era nuevo en el puesto y que lo único que quería era cubrir del modo más objetivo posible la realidad sindical, pero que eso era imposible si ningún dirigente comunista se dignaba a hablar conmigo.
Me escuchó en silencio y no dijo nada. Le volví a decir más o menos lo mismo con otras palabras. Borges se pidió un cognac. Cuando la bebida llegó a la mesa, levantó su copa y comenzó a jugar, moviendo el líquido hacia un lado y hacia otro. Sonreía. Yo aguardaba su veredicto con ansiedad. Por fin me dijo que estaba bien, que confiaría en mí y que el boicot al semanario Aquí podía darse por terminado.
A partir de ese día fui periodista sindical durante unos tres años. Y luego nuevamente entre 1992 y 1994, en el semanario Búsqueda.
Llegué a conocer bastante del tema. Estuve en casi todos los gremios (y en sus bares aledaños). Hice guardia en la puerta del Secretariado Ejecutivo demasiadas tardes. Concurrí a decenas o quizás cientos de asambleas: apasionadas, monótonas, tensas, históricas, tediosas, que terminaron a las risas y que finalizaron a los balazos. Trabé relación con dirigentes admirables por su honestidad, su sacrificio y su don de gente, y con otros más bien despreciables por su ambición, su mezquindad y doble discurso. Es falso que exista un único movimiento obrero. Hay muchos. Nunca me tragué la pastilla de que fuera lo mismo Adeom que el Sunca. No lo son.
No recuerdo si fue en 1992 o 93, pero me tocó cubrir una larga y muy tensa huelga en la construcción.
Por lo general, los obreros del Sunca van a la huelga cuando hay algo que lo amerita. Cuando paran, a diferencia de lo que ocurre con algunos sindicatos de empleados públicos, no cobran nada. Es decir: no pueden darse el lujo de parar por mera gimnasia gremial o por reclamos menores.
Cuando los obreros del Sunca detienen su trabajo el mayor perjuicio no recae sobre el ciudadano común sino sobre sus patrones, los empresarios de la construcción. Son pulseadas muy duras.
La enorme mayoría de los dirigentes del Sunca sabe que una huelga no es un chiste. Saben que no cobrarán los días parados. Saben que si el paro se prolonga demasiado tiempo, algunas de las empresas del sector, las más chicas, pueden cerrar y que, si eso ocurre, muchos obreros quedarán sin empleo. Saben que si piden más de lo que los empresarios pueden dar, muchos elegirán cerrar o dedicarse a otra cosa, y eso también podría dejar a muchos compañeros en la calle. Saber todo eso los obliga a defender los derechos de los trabajadores manteniendo siempre la noción de la responsabilidad social de su tarea. En el Sunca no se juega a la huelga.
No es lo mismo en Adeom o en otros sindicatos de empleados públicos. Para empezar: en muchos casos, no en todos, las horas paradas ni siquiera son descontadas. A veces se descuenta, a veces solo un porcentaje, a veces nada.
Pero hay otras diferencias. En la Intendencia de Montevideo o cualquier otra dependencia pública, si la huelga se prolonga mucho tiempo, no pasa nada. La Intendencia nunca va a cerrar, los municipales nunca van a quedarse sin empleo. El Banco República no va a cerrar por un paro. El Estado tampoco. A diferencia de los obreros de la construcción, los empleados públicos van a la huelga sin arriesgar su empleo inamovible.
Además, se puede pedir lo imposible, tirar de la piola con la máxima potencia, pedir cualquier cantidad, lo que sea, lo que venga, por delirante que sea.
Eso es posible porque en una huelga de empleados públicos, en la Intendencia, por ejemplo, si el sindicato pide más de lo que el patrón puede dar, la Intendencia de Montevideo no va a quebrar ni se retirará del mercado, ni bajará la cortina, ni el intendente venderá todo y se irá del país. No. Lo único que hará en ese caso el intendente de turno será subirle los impuestos a la gente para así poder pagar la cifra que los sindicalistas reclaman, sus celebradas “conquistas”.
Es por eso que el salario mínimo en la Intendencia de Montevideo, para ocho horas de trabajo en el puesto más bajo y menos calificado, para un peón cualquiera, con compensaciones incluidas, supera los 24.000 pesos, según datos oficiales. Es una cifra irreal para el mercado uruguayo, un salario que jamás ganará un peón de la construcción, una cantidad que se le “arrancó” al patrón político, porque al patrón político nunca le costó nada, simplemente le dijo que sí al sindicato y luego trasladó el costo de la “conquista” a los impuestos que paga la gente.
Siempre sentí un gran respeto y admiración por el Sunca, por los metalúrgicos, por tantos sindicatos desprotegidos de trabajadores privados. Lanzarse a la huelga en cualquiera de esos campos supone un acto de indudable coraje en el cual los obreros arriesgan todo en reclamo de lo que consideran justo.
Pero, ¿qué coraje supone ir a una huelga que no afecta al patrón, en la que no se arriesga prácticamente nada y en la que el costo siempre lo paga la gente?

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
el.informante.blog@gmail.com

6.12.10

Carta abierta a los señores de Adeom

Tengo una duda. Si el trabajo en la Intendencia es tan malo; si está tan mal remunerado; si los aumentos no son lo que ustedes quieren, ni lo que merecen; si la “recuperación salarial” que reclaman es lenta, es baja o es nula; si los horarios no sirven; si allí se desconocen sus derechos laborales; si prohibieron el sum para hacerse el tecito de la tarde, si ahora ni siquiera los dejan ocupar el hall municipal; si no les gusta trabajar con la basura o con el público o con los animales de zoológico; si prefieren pasar más horas en la rambla o en el bar con el presidente del sindicato; si ascender por antigüedad no les parece suficiente o acaso a alguno –no creo- le da un poquito de vergüenza; si en definitiva vuestro trabajo es malo, ruin y, según ustedes dicen, muy sacrificado y poco conveniente; un empleo con patrones políticos cuasi fascistas; una labor insalubre que la gente no reconoce y más bien desprecia; una tarea que no está nada bien remunerada para los enormes esfuerzos que nadie ve pero ustedes juran que realizan; una labor gris, agria, tediosa y hasta repulsiva; que no conviene, que no vale la pena y que ya no da para más; entonces, digo yo, mi duda es: ¿por qué no renuncian y se buscan otra cosa?
Miren que se puede.

el.informante.blog@gmail.com 

29.10.10

Suerte, Liscano

Sepultada entre las toneladas de artículos sobre la ley de caducidad, nadie parece haber reparado en una entrevista publicada dos viernes atrás en Brecha al director de la Biblioteca Nacional, el escritor Carlos Liscano.
El artículo, del periodista Roberto López Belloso, mueve al asombro primero y al alivio luego. Su origen está en el conflicto sindical que se vive en la Biblioteca con motivo de la decisión de Liscano de negarle a un grupo de funcionarios una compensación en dinero que el resto sí recibió por su “compromiso con la gestión”.
“Los que están más comprometidos con las tareas de la institución reciben una compensación económica, que es muy pequeña (en su mayor parte, inferior a los 2.000 pesos), pero que me parece estimulante, que señala un camino, una política: acá se compensa el compromiso con el trabajo”, explica el director en la entrevista.
El sindicato reclama que ese dinero se reparta en partes iguales entre todos los empleados, más allá de su rendimiento. "O se lo merece todo el mundo, o no lo cobra nadie", declara uno de sus dirigentes. Liscano se aferra a su criterio y sostiene que el gremio pretende (como es norma en el sindicalismo uruguayo), “un cogobierno donde compartiríamos los derechos pero no las responsabilidades”.
El asombro llega cuando Liscano cuenta algunos casos concretos. El sindicato quiere que una funcionaria que se fue seis meses de mochilera tras solicitar una licencia sin goce de sueldo reciba la partida por “compromiso con la gestión”. Liscano no.
El sindicato también quiere que le den la partida a Luis Bazzano, dirigente sindical, quien según el director faltó al trabajo 123 días en siete meses “o sea que faltó 17,15 días por mes. Como el mes tiene 20 días laborables, trabajó poco más de dos días por mes”.
Amparado en que es dirigente gremial y en las generosas leyes laborales, Bazzano trabaja doce horas por mes, lo mismo que muchos uruguayos trabajan en un solo día. Bazzano labora tres horas por semana. Y, claro, además quiere la compensación por compromiso con la institución.
El alivio viene luego, cuando Liscano, analiza esta situación y el reiterado choque de los privilegiados y poderosos sindicatos de empleados públicos con el actual gobierno de José Mujica.
“Creo que la izquierda está recibiendo una parte de su propia medicina. Esto pasó siempre, lo que pasa es que ahora le tocó a la izquierda. Antes la izquierda apoyaba cualquier conflicto, independientemente de la justicia o no de las reivindicaciones, o de si la medida era proporcionada al conflicto. Y los gobiernos blancos y colorados fueron cediendo. Acá tenemos gente trabajando cuatro horas por día, pero que tienen contrato por 40 horas semanales, así que en los hechos ganan el doble. Pero lo que pasó fue que cuando trabajaban ocho les bajaron a seis porque no se les podía aumentar el salario, después con otra reivindicación salarial les bajaron a cuatro horas, y ahora es un derecho adquirido. Todo eso ocurrió antes del año 2005. Ahora estamos recibiendo eso que nosotros mismos apoyamos”.
La "herencia maldita" al revés.
El periodista de Brecha siente el evidente mazazo de las palabras de Liscano y le dice:
-Para el pensamiento tradicional de izquierda, eso que está diciendo es muy duro.
Liscano responde:
-Sí, sí, es muy duro, pero es lo que yo pienso. Cuando yo he criticado a Sanguinetti, a Jorge Batlle, a los militares, no me estaba conteniendo.
Uno siente verdadero alivio de ver a alguien que desde el gobierno habla con honestidad y sin ese cinismo que hoy parece haber ganado a tantos dirigentes del Frente Amplio y a sus voceros, capaces hoy de los más inconcebibles saltos mortales con tal de defender lo indefendible. Hacen acordar a los peores tiempos del Foro Batllista.
“Yo no soy candidato a nada, no estoy haciendo carrera política”, dice Liscano en otro pasaje de la entrevista, que vale la pena leer completa. “A los 61 años no puedo estar jugando a que administro una cosa pero en realidad no la administro yo, sino que se administra sola o es coadministrada o cogestionada, y es algo que yo no puedo aceptar”.
Ojalá tenga mucha suerte.
Le va a hacer falta.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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Si quiere compartir, puede enviar este enlace: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/10/suerte-liscano.html
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22.9.10

Julio Bocca tiene que entender

El presidente de COFE, el sindicato de empleados públicos de la administración central, un señor llamado Pablo Cabrera, habló de Julio Bocca, un artista de fama mundial que hoy, porque los milagros existen, es director del ballet del Sodre.
Según leo en El Observador, Cabrera dijo: “Nosotros siempre estamos abiertos al diálogo, pero antes Bocca tendría que entender cómo es el manejo sindical en Uruguay y entender que se debe ceñir a las reglas que hay acá”.
Quiere decir: si Bocca fuera uno más, un cualquiera, otro mediocre, uno de esos ciclistas que nunca salió del pelotón, uno de esos tipos a los que no les importa si su trabajo sale bien o sale mal pero siempre respeta los paros, otro inútil prendido de la teta del Estado, un desgraciado que no está conforme ni con su empleo, ni con su sueldo, ni con su horario, pero es cobarde y protesta porque no tiene el coraje de renunciar y procurarse otro laburo, si Julio Bocca fuera uno más de esos, de los que hay muchos en COFE, de los miles que paran cada vez que manda el PIT-CNT sobre todo cuando toca un fin de semana largo, si fuera otro oscuro funcionario atornillado a su cargo de por vida, inamovible salvo que el Senado se reúna en sesión secreta, si su máxima aspiración fuera ascender por antigüedad, uno de esos que se escuda en un sindicato que lo defiende incluso cuando lo filman regalando mercadería de la empresa, entonces, si Julio Bocca fuera uno más de estos, un uruguayo con todas las de la ley, si entendiera cómo funcionan las cosas acá, entonces no habría ningún problema.
A veces, qué ganas de vivir lejos.


Artículo de Leonardo Haberkorn
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30.4.10

El sindicato del abuso

No hay nada más vil que un asesinato. Pero, ¿qué tenemos que ver los que usamos los ómnibus y los taxis para ir a trabajar con un criminal que mata a un taxista?
Si parar el transporte ayudara a encontrar al asesino, yo sería el primero en aceptarlo de buena gana. Pero, ¿en qué afecta a los delincuentes y a los criminales que la ciudad entera, un millón y medio de personas, se quede un día entero sin ómnibus y sin taxis?
¿En qué mejora la seguridad pública un paro total del transporte?
¿Cuántos paros del transporte se han hecho en los últimos años? ¿Han tenido alguna otra consecuencia que perjudicarnos a los usuarios?
¿Los delincuentes han dejado de robar taxis u ómnibus gracias a los paros del transporte?
¿Quién le ha dado a los sindicalistas del transporte el derecho de privarnos de ir a trabajar o a estudiar? ¿Con qué derecho que no sea el de la simple fuerza bruta nos obligan a volver a pie a nuestras casas, nos impiden ir a buscar a nuestros hijos a la escuela?
¿Por qué toleramos este abuso una y otra vez?
Nosotros, los que repudiamos a los delincuentes que acosan a los trabajadores del transporte, somos los que pagamos todo el costo de sus "medidas de lucha". Los delincuentes que los acosan se matan de risa en sus casas. No creo que sea un gran problema para un asesino de taxistas quedarse un día sin hacer nada, limpiando el revólver o contando los billetes.
Los sindicalistas del transporte se aprovechan del poder que tienen de un modo que es a la vez necio, bruto y extralimitado. Si en lugar de ómnibus y taxis tuvieran uniformes verdes y ametralladoras estaríamos frente a un problema mucho más grave.
(Ojalá nunca tengamos una central nuclear, pero si la tenemos: por favor, que ninguno de estos señores trabaje en ella).
Los sindicatos del transporte son un símbolo perfecto de un país que piensa mal, que razona al revés. Un país donde se llama "medidas de lucha" a la violación de los derechos ajenos, donde se presume "solidaridad" donde solo hay atropello. Un país que, por prejuicios ideológicos, ni siquiera puede asumir que tenemos un grave problema de seguridad pública. Si no hay problema, no habrá solución. Por eso se hacen paros del transporte: porque una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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11.2.10

Diez mentiras de la democracia uruguaya

1) “El pueblo decide”.
Lo correcto sería decir que el pueblo decide a veces y entre cierto menú de posibilidades elegidas más arriba. El reciente caso de la frustrada candidatura de Daniel Martínez a la Intendencia lo demuestra: está claro que la mayoría lo quiere de intendente, pero un puñado de personas decidió que ni siquiera podrá ser candidato.
2) “Primero está el país. Después está el partido. Luego los intereses personales”.
Muy lindo, pero si esto fuera cierto no tendríamos SIEMPRE una oposición que rechaza TODO lo que hace el gobierno de turno.
3) “Cada cinco años se premia al que hizo bien las cosas y se castiga al que las hizo mal”.
Podría ser verdad si tantos uruguayos no estuvieran encadenados de por vida a su voto. Demasiados tienen una adhesión más religiosa que racional a los partidos, y eso permite que los políticos hagan las cosas mal, o muy mal, sin pagar ningún costo: la gente los sigue votando porque una religión no se abandona nunca. Así el Partido Colorado se mantuvo en el poder durante ¡casi cien años! Hoy en el Frente Amplio muchos apuestan a lo mismo. Y hasta con una heladera de candidata seguirán ganando.
4) “Hay que pagar los impuestos porque con ellos se hacen las obras”.
Una verdad a medias. Con los impuestos en Uruguay se hacen muchas cosas, pero las obras no califican en los primeros lugares: cualquiera puede ver el presupuesto de la Intendencia de Montevideo si le queda alguna duda. Hace unos días escuché al intendente suplente de Canelones repetir este argumento en una radio con inusitado fervor: sostenía que es obligación de todos los habitantes de Canelones empadronar sus autos en el departamento, porque con ese dinero se hacen las calles y los caminos canarios. El periodista que lo entrevistaba, como es habitual, se tragó la perorata sin decir ni mu. Pero yo durante más de una década pagué la matrícula de mi auto en Canelones y como premio tuve las peores calles del mundo. Hoy están mejor, pero eso no garantiza que el dinero que se paga se use en lo que se debe. Por ejemplo: la cuadra donde vivo está a oscuras desde hace ya tres meses. Sin embargo, la Intendencia de Canelones me cobra cada mes una tasa de alumbrado público. Según el criterio del intendente, el dinero se debería usar para arreglar las luces. Pero lamentablemente no es así. El dinero se usa para pagarle el sueldo a William, el funcionario que atiende el teléfono en la sección de reclamos de Alumbrado Público. Ya soy amigo de William, hablamos muy seguido, es muy amable. Pero las luces nunca las arreglan.
5) “La corrupción en Uruguay es menor que en Argentina”.
Es cierto que no se conoce ningún presidente uruguayo que se haya enriquecido de un modo tan brutal y obsceno como lo ha hecho el matrimonio Kirchner durante estos años en que se han pasado el poder de uno a otro como si fuera una pelota. Pero, si eso ocurriera aquí, ¿quién lo denunciaría? ¿Qué medio de comunicación se atrevería a investigarlo? ¿No tenemos corrupción o es que nadie se atreve a mirar debajo de la alfombra? Basta recordar el vergonzoso despido de Jorge Lanata de Canal 12 apenas nombró a tres o cuatro “intocables”. Unos años antes, en medio del escándalo del Banco Pan de Azúcar, cuando el ex presidente Luis Lacalle tuvo que ir a declarar a un juzgado ninguno de nuestros canales se enteró.
6) “La unidad de la clase trabajadora”.
El gran latiguillo del Pit-Cnt. No hay una única clase trabajadora en Uruguay. No pertenecen a la misma clase un tipo que se parte el lomo en un taller y un portero del Banco República que no hace nada pero gana seis veces más. La unidad del Pit-Cnt oculta una lucha de clases que existe en Uruguay: la de un sector de empleados públicos altamente privilegiados y el resto: empleados privados, subempleados, desempleados. Para mantener los privilegios de los primeros, los otros son explotados. Hace pocos días el personal contratado de Meteorología paró porque cobran un sueldo de entre 6.500 y 7.500 pesos, “cantidad que está muy por debajo del mínimo establecido para los funcionarios públicos”, y porque no tienen “compensación por horario nocturno” ni reciben de regalo una “canasta de fin de año”. Es cierto, es poco. ¿Pero cuántos trabajadores privados trabajan doce horas por día por sueldos mucho menores y no tienen siquiera dónde protestar? ¿Canasta de fin de año de regalo? ¡Por favor!
7) “La enseñanza pública es un orgullo para el país”.
Los políticos de todos los partidos se sienten orgullosos de la enseñanza pública uruguaya, pero por las dudas envían a sus hijos a colegios privados. La enseñanza pública uruguaya es un orgullo exclusivo para los pobres.
8) “El éxito de las empresas públicas es el éxito del país”.
Este mito está muy arraigado y es machacado por la propaganda. Un ejemplo es la campaña: “se mueve Ancap, se mueve Uruguay”. Pero una cosa es la propaganda y otra la realidad. Como toda organización, cualquier compañía, pública o privada, busca su propio beneficio. Empresas como Ancap y UTE nacieron de la nada y en poco más de un siglo se han hecho poderosas, ricas, tienen un sólido patrimonio y miles de empleados que ganan los mejores salarios del país. En el mismo lapso, Uruguay pasó de ser un país rico a ser un país pobre. Entonces, ¿cómo es posible?
9) “Somos todos iguales ante la ley”.
Más o menos iguales, pero algunos van presos al Comcar y otros a Cárcel Central.
10) Nuestros políticos son “dirigentes políticos”.
Falso. Nosotros tenemos políticos, ministros, más de cien legisladores y un presidente. Pero tenemos muy pocos “dirigentes”, si es que tenemos uno. Cada vez más, nuestros políticos dicen lo que la gente quiere oír. Antes de tomar cualquier decisión, consultan las encuestas. Luego hablan y actúan según lo que ellas les dictan. Jamás tratan de “dirigir” a la gente, sino que por el contrario siempre repiten lo que la gente quiere oír, según indican las encuestas. Por eso se produce el milagro de nuestras campañas electorales en las que todos repiten la misma nada. Si alguien quiere ver lo que es un verdadero “dirigente” político puede ir al cine a ver Invictus, la última de Clint Eastwood, excelente como todas las suyas. En la película hay una escena memorable, en la que Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman) se para frente a una asamblea de dirigentes del deporte de Sudáfrica y les dice EXACTAMENTE LO CONTRARIO a lo que todos quieren oír. Arriesga su prestigio, su liderazgo, sus votos. Lo arriesga todo, en contra del consejo de sus asesores, para DIRIGIR al país hacia donde él cree que es mejor. Eso es ser un dirigente. Lo otro es ser un papagayo de las encuestas. Y papagayos ya tenemos bastantes.

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

28.4.08

El Uruguay sindical

La noticia tuvo difusión mundial: dos astrónomos uruguayos, Julio Ángel Fernández y Gonzalo Tancredi, fueron clave en la decisión de la Unión Astronómica Mundial de quitarle la categoría de planeta a Plutón. Gracias a esta historia, nos enteramos que aquí existen astrónomos cuyos conocimientos son respetados, seguidos y valorados en el mundo entero.
En Uruguay, en cambio, ese conocimiento vale poco. No hay muchas oportunidades de trabajo para quienes obtienen el título de licenciado en astronomía en la Facultad de Ciencias, menos aún para los que siguen estudios de posgrado en el exterior y luego regresan a Uruguay.
Quizás por tal escasez de ofertas laborales son pocos los que se animan a dedicarse a esta profesión: no hay en Uruguay más de 20 licenciados en astronomía y los doctores son apenas cuatro.
Uno de los pocos puestos de trabajo que el país sí puede ofrecerle a sus prestigiosos astrónomos es el de dirigir el planetario municipal.
Sin embargo, ningún astrónomo, ningún egresado de la carrera de astronomía, dirige el planetario. El puesto de director se adjudicó en un concurso al que sólo pudieron postularse los empleados municipales. El cargo entonces recayó en un funcionario de la Intendencia, un profesor de liceo de astronomía que ya trabajaba en el planetario, un buen hombre carente de mayores credenciales científicas. Pudo ser peor: pudo haber ganado un burócrata.
En el concurso se interrogó a los postulantes sobre materias diversas, entre ellas su conocimiento sobre el funcionamiento interno de la Intendencia de Montevideo. Es el tipo de conocimiento que se premia en Uruguay, el saber de la chacrita.
En definitiva, el puesto de director del planetario de Montevideo no está reservado a quien más sabe, sino a un empleado municipal. De igual modo, con concursos cerrados entre sus funcionarios, la Intendencia ha elegido a los directores de muchas otras de sus principales dependencias: el Jardín Botánico, el parque Lecocq, el servicio de guardavidas...
Este método antidemocrático, que divide a los ciudadanos en clase A (los municipales) y clase B (todos los otros), es parte de las “conquistas” de Adeom. Estas “conquistas” han hecho de Uruguay el país que es: un rincón del mundo donde vale más ser basurero que maestro.
La situación se repite idéntica en estos días en Secundaria. Un concurso para llenar vacantes en las bibliotecas liceales se ha hecho restringido a quienes ya trabajan en los liceos.
Existe una carrera universitaria de bibliotecología; sus egresados estudian y se especializan en este trabajo, pero no pueden presentarse al llamado.
No hay derecho al pataleo. Vivimos en un país donde el saber es castigado, donde los gobernantes premian más el poder de un sindicato que la excelencia y el conocimiento.
Tenemos una facultad de bibliotecología. Tenemos astrónomos de prestigio mundial. Lástima que nos sirva de tan poco.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 3 de abril de 2007.

18.11.07

El apartheid uruguayo

En Uruguay rige el apartheid, un sistema legal oprobioso que discrimina a los ciudadanos en dos categorías, una –privilegiada- con más derechos que la otra, que es explotada en beneficio de la primera.
Tenemos un apartheid como el que tuvo Sudáfrica, sólo que acá los ciudadanos de segunda no son los negros.
Lo percibí con claridad en un seminario sobre políticas demográficas que organizaron el Fondo de Población de las Naciones Unidas y el Instituto Rumbos.
Estaba exponiendo la socióloga y demógrafa Carmen Varela. Su presentación se centraba en cómo en Uruguay existen pocos estímulos y casi ninguna asistencia para quienes deciden tener hijos.
Varela hablaba de la licencia maternal. Las mujeres embarazadas tienen 12 semanas, la mitad antes del parto y la otra mitad después. Pero hay un detalle: tras la licencia, las empleadas públicas tienen el derecho a optar por trabajar medio horario hasta que el niño cumpla los seis meses de edad. Las empleadas privadas no: una vez finalizada la licencia maternal, tienen que volver a cumplir con su horario completo, sin alternativas.
Yo pensé que en un país cuya Constitución dice que todos somos iguales ante la ley, el dato tirado sobre la mesa por Varela provocaría un escándalo. Pero no fue así. A mi lado, la senadora socialista Mónica Xavier seguía tomando apuntes con calma y el diputado colorado Washington Abdala, que llegó tarde y quizás se perdió ese detalle, permanecía atento a los mensajes que llegaban a su celular.
Varela continuó y marcó otro punto de nuestro sistema de apartheid. Si un empleado público tiene un hijo, la ley le otorga tres días para faltar al trabajo y estar junto a su familia. Pero si un empleado privado tiene un hijo, la ley no le otorga nada y no puede ausentarse ni cinco minutos de su empleo.
La Constitución miente. No somos iguales. Hay madres clase A y madres clase B. Padres clase A y padres clase B. ¿No era así el apartheid?
Miré a mi alrededor, pero este tema no parecía preocupar a nadie. Pensé que quizás las demógrafas Adella Pellegrino y Wanda Cabella, ambas presentes, dirían algo. Porque ellas han publicado un muy completo informe sobre la emigración que muestra como la gente se sigue escapando del Uruguay tanto o más que en 2002, más allá de los cantos de sirena del ministro Astori. El estudio de Pellegrino y Cabella revela que en los empleados privados la tendencia a emigrar es mayor que en los públicos. Es lógico: a nadie le gusta ser ciudadano clase B en un sistema de apartheid. Pero las demógrafas no dijeron nada al respecto. Las dos pidieron la palabra, pero hablaron sobre otros temas. En Uruguay hay asuntos más importantes que el simple hecho de que unos ciudadanos tengan más derechos que otros.
Volví a observar a la concurrencia. En la sala había parlamentarios, docentes e investigadores de la Universidad de la República, economistas del Instituto Nacional de Estadísticas, funcionarios del Banco de Previsión Social. Me pareció ser el único empleado privado y comencé a sentirme mal. Afuera había una mesita para servirse café, igual que cuando te sacan sangre.
Pidió la palabra Elvira Domínguez, integrante de la dirección del BPS en representación de los empresarios. Dijo que si alguien pensaba sancionar leyes que otorgaran más beneficios a las familias con hijos (algo que le parecía justo), por favor cuidara de no gravar más al sector privado, cuya capacidad de contribución está al límite.
Luego Domínguez puso las cifras crudas del apartheid sobre la mesa: según datos oficiales del BPS, el sueldo promedio de un empleado público (administración central, empresas públicas y municipios) es de 15.624 pesos. El de los trabajadores privados es 8.129.
En ese momento alguien debió pararse y gritar: ¡Abajo el sistema de castas! ¡Abajo el apartheid! ¡No a la explotación del hombre por el hombre! ¡Igualdad! ¡Igualdad! ¡Igualdad! Pero nadie dijo nada. La senadora Xavier continuaba tomando apuntes, Abdala seguía mirando su celular. Los demás cambiaron rápido de tema. ¿No tendré algún antepasado Haberkorn nacido en España?
He comenzado a recopilar más información sobre nuestro sistema de segregación legal con el objetivo de pedir asilo político en alguna embajada extranjera. Los datos están todos allí, en las páginas oficiales de internet de los ministerios y organismos públicos.
Los empleados públicos ganan más y trabajan menos. Lo normal es que trabajen 40 horas por semana. En los privados lo normal es 48. A los empleados de UTE que cumplen 48 horas de trabajo semanales se les paga un 20% de sobresueldo por el esfuerzo.
Los funcionarios públicos no sólo cobran más y trabajan menos, también padecen riesgos menores: el trabajo precario, las rebajas salariales, el seguro de paro y el desempleo no existen para ellos.
La lista de privilegios de los que gozan es mucho más extensa que lo mencionado en el seminario. Para empezar: la demógrafa Varela cometió un error en su exposición: no todas las mujeres embarazadas tienen 12 semanas de licencia maternal. Las empleadas públicas tienen 13. Al parecer los mecanismos biológicos de las mujeres son diferentes según el lugar donde trabajen.
En cuanto a las licencias por enfermedad, la discriminación contra los empleados privados alcanza grados de escándalo. Si un empleado público se enferma, cada día de licencia médica lo cobra igual que si hubiese trabajado. En cambio, cuando un privado tiene licencia médica, apenas cobra el 70%. Los trabajadores públicos cobran el sueldo todos los días que están enfermos. Los trabajadores privados no cobran nada por los tres primeros días que están en cama. Los trabajadores públicos enfermos cobran el 100% de su sueldo, no importa cuanto ganen. Si uno de los 100 gerentes de Antel con un sueldo de 70.000 pesos falta por enfermedad, el seguro le cubrirá el 100% de su salario. Pero los trabajadores privados tienen topeado este beneficio: aunque ganen mucho, solo pueden cobrar unos 5.000 pesos. Es evidente que en Uruguay, más allá de toda la cháchara igualitaria, la salud de algunas personas vale más que la de otras.
Los trabajadores públicos tienen un nivel de estudios superior al de los privados: el apartheid uruguayo se los garantiza, ya que ellos tienen derecho a 30 días de licencia extras para preparar exámenes. Un trabajador privado solo tiene derecho a que su patrón lo eche si se le ocurre faltar para dar un examen.
Los trabajadores públicos no trabajan los feriados laborables. Si se casan tienen 15 días de licencia. Si se les muere un familiar cercano tienen diez días de licencia por duelo con goce de sueldo. Si deciden iniciar su trámite jubilatorio tienen 30 días de licencia con goce de sueldo para hacer el papeleo con mayor comodidad.
Muchos funcionarios públicos cobran primas por hogar constituido y en las empresas públicas reciben pagos extraordinarios si se casan y cuando tienen un hijo.
La licencia anual de los empleados públicos es mayor que la de los privados. El trabajador privado tiene un descanso de 20 días corridos sin contar los domingos. En cambio un trabajador público tiene 20 días corridos, sin contar los domingos, los sábados y los feriados laborables.
La lista sigue. Es larga. Es oprobiosa. Clase A y clase B. No hay derecho a preguntarse luego por qué decenas de miles de jóvenes uruguayos tienen como máxima ambición en su vida la de ser auxiliares de suplentes en la lavandería del Banco de Seguros del Estado. Los que salen sorteados se quedan a disfrutar de su puestito clase A en nuestro apartheid clase Z. Los que pierden se van a España.
Tenemos el país que hemos fabricado. Astori puede seguir cantando sus maravillas (como todos los ministros de Economía mientras a Argentina le va bien) y los publicistas pueden seguir haciendo avisos diciendo lo lindo que es ser uruguayo, tomar mate y caminar por la rambla. La verdad es que nadie quiere quedarse acá para verlo.
Mario Benedetti, el intelectual que sin duda más sabe de empleados públicos, dijo dos cosas al respecto.
La primera es que Uruguay es la única oficina del mundo que alcanzó la categoría de República. La segunda es que, dado su abrumador número, sólo los empleados públicos podrían hacer una revolución en Uruguay.
La primera afirmación es meridianamente cierta. La segunda es muy ingenua y equivocada: los empleados públicos jamás harán una revolución porque no la necesitan. Tienen el mando. Tienen la ley. Tienen el poder.
Los trabajadores privados tenemos menos: un poco de rabia, cansancio y el pasaporte.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 9 de noviembre de 2007

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