12.2.15

Da Silvera, Jonathan y la Lewinsky

En los últimos días hubo dos noticias deportivas que nadie vinculó entre sí; con amplísima difusión y polémica pública una, casi totalmente silenciada la otra.
Ambas, sin embargo, están unidas por un tema muy importante: cuál es el límite entre lo público y lo privado, qué se debe informar y qué se debe callar en el periodismo.
La noticia súper publicitada y debatida fue la de los dichos de Jorge Da Silveira sobre Jonathan Rodríguez, y todas sus posteriores consecuencias.
La silenciada fue la del jugador de la selección uruguaya sub20 acusado de llamar "macaco" a colega brasileño.

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A Da Silveira se lo condenó por meterse en la vida privada de Rodríguez (dijo que bebe y que algunos controles antidoping en Peñarol le dieron positivos) y por haberlo hecho antes otras veces con otros jugadores.
El comunicado de la Mutual de futbolistas señaló, por ejemplo que "nada" justifica "su referencia a aspectos que refieren a la intimidad de una persona".
Y esa fue la posición dominante entre los cientos o miles de opinadores. Nada justifica meterse en la vida privada de alguien. Así se piensa en Uruguay.
Lamentablemente, casi nadie ha recordado que ese no es un criterio universal, ni siquiera es el criterio más aceptado por los referentes de la ética periodística.
Eso es muy peligroso, ya que en este país donde reina el secretismo no necesitamos más mordazas.
No hablo ahora del caso Da Silveira-Jonathan. Hablo en general. No es cierto que NADA justifique meterse con la vida privada de alguien. Hay casos y situaciones que SÍ lo justifican.

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Hay que decir otra cosa, además: los criterios que separan lo público de lo privado no son universales.
En Inglaterra, por ejemplo, tiene predicamento una visión extrema que sostiene que los personajes públicos no tienen vida privada.
Quienes la sostienen argumentan que ya sea la reina, un futbolista o un best-seller, todos ellos viven del público, obtienen su dinero de los impuestos o del favor de la gente y, por ende, se deben de cuerpo y alma al público: no tienen derecho a ocultarle nada.
Según este modo de ver, ese sería el precio a pagar por la fama, el prestigio y la riqueza que suele traer consigo la bendición de las masas.
Así, por poner un ejemplo extremo, en 1992 la prensa inglesa publicó las conversaciones eróticas entre el príncipe Carlos (¡ni más ni menos!) con su amante Camilla Parker, cuando su majestad estaba casado con Lady Di. En las conversaciones hechas públicas el príncipe Carlos le decía a su amante que deseaba convertirse en un tampón para poder "vivir metido en tus pantalones".
Hace unos años, cuando funcionaba la tecnicatura en periodismo deportivo en la universidad ORT, Gustavo Poyet dio una conferencia. Todavía era futbolista. Le preguntaron cómo hacía para vivir en Inglaterra, bajo el acoso de la prensa: "No hago absolutamente nada que no esté dispuesto a que sea publicado", respondió.
Conocía las reglas de juego.

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Clinton Lewinsky, los límites entre lo público y lo privado
Hay otro criterio, menos radical que el de cierta prensa inglesa, que tampoco es el dominante en Uruguay (el de la Mutual).
Ese criterio, que se usa por ejemplo en Estados Unidos, mantiene que los personajes públicos sí tienen vida privada. Pero cuando sus actos privados afectan su desempeño público, entonces el público SÍ tiene derecho a conocerlo.
Es muy recordado el caso del affaire en 1998 entre el presidente Bill Clinton y Mónica Lewinsky, una becaria de la Casa Blanca con la que tuvo relaciones sexuales.
El caso fue ampliamente cubierto por la prensa estadounidense, en especial por medios republicanos o conservadores opuestos a Clinton, en un intento por desprestigiarlo. Hubo polémica respecto a si correspondía o no ventilar aquel lío de alcobas (más bien del Salón Oval) en la prensa, pero los medios que lo hicieron argumentaron que sí, porque la honestidad de Clinton como presidente estaba en entredicho. Decían que lo grave no era que Bill hubiera tenido relaciones con la Lewinsky, sino que le hubiera mentido a su esposa Hillary, negando la relación. "Si le mintió a su esposa, nos puede mentir a todos", aducían, con razón o sin ella. "Estados Unidos no puede tener un presidente mentiroso". Y siguieron adelante.
Por eso, Clinton para zafar tuvo que demostrar que no había mentido.¡Entonces redefinió las relaciones sexuales! Él le había dicho a Hillary que no había tenido relaciones sexuales y no le había mentido. No había habido penetración, a eso se había referido. Solo sexo oral.
Más allá de la anécdota y del caso (muy discutible y teñido de intereses políticos, por cierto), queda claro que el criterio que rigió aquí fue otro al que todos se aferran hoy en Uruguay: se trataba de una evidente intimidad, mucho más íntima y privada que las andanzas de nuestros futbolistas por los boliches de la noche montevideana. Sin embargo llegó a los medios y se hizo pública porque muchos entendían que ponía en juego la honestidad del presidente de Estados Unidos, o sea su desempeño público.

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Dice respecto a este tipo de casos el prestigioso periodista colombiano Javier Darío Restrepo en el consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
"No se trata de informar cualquier cosa que excite la curiosidad del público. Hay hechos en la vida de los candidatos que pertenecen a su intimidad, que no afectarían su desempeño público y que deben ser respetados. Hay otros que sí  pueden interferir en una tarea de gobierno: la apendicitis del presidente Johnson de Estados Unidos, la diverticulitis del presidente Barco de Colombia, por ejemplo, y que deben ser conocidos por la ciudadanía".
Restrepo cita el libro Ética y medios de Comunicación, de Niceto Blázquez. Allí se explica:

"Ni el derecho a la información ni el derecho a la vida privada son derechos absolutos. Creerlo es una simpleza. Tanto la vida privada como la información tienen límites. Los criterios éticos en que están basadas esas limitaciones son los siguientes:
En primer lugar, el interés público, que no ha de confundirse con la curiosidad pública. Puede haber sectores públicos interesados en conocer la vida privada de los demás. Pero el informador responsable se cuidará mucho de no satisfacer deseos injustos e insanos.
A pesar de todo hay que mantener el principio de que una forma de conducta deja de ser íntima o privada para efectos informativos en la medida en que tiene repercusiones en la vida pública".


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Vale recordar otro caso donde hubo un explícito choque de criterios sobre cuál es el límite entre lo público y lo privado.
En 2004, el corresponsal de The New York Times en Brasil, Larry Rohter, informó que el entonces presidente Lula bebía demasiado y que muchos brasileños se preguntaban si eso no afectaba su buen desempeño.
La reacción del gobierno brasileño fue furiosa y Lula expulsó a Rohter de Brasil. El New York Times, sin embargo, mantuvo que el artículo era correcto en cuanto a la información que contenía y justificado en términos periodísticos.
Unos días después, Lula dio marcha atrás y revocó la expulsión del periodista estadounidense.
Habían chocado dos criterios: el del NYT (se puede informar sobre la vida privada cuando afecta el desempeño público de una figura pública) y el dominante en Brasil, que es igual al uruguayo (no informemos nunca de la vida privada de un presidente, no importa lo horrible que sea).

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Eso sí, hay algo que nunca cambia en el periodismo y que es inmutable. Rige para Inglaterra, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Uruguay y cualquier otro país del mundo, para los que escriben de política o de fútbol. Es algo que hay que respetar siempre:
La información que damos tiene que estar confirmada.
No publicamos rumores ni información sin confirmar. Que una fuente nos diga algo falso no reduce la magnitud de nuestro error si lo difundimos. Nuestro trabajo es dar información confirmada. Y cuánto más controvertido o espinoso es el terreno que pisamos, el doble o el triple de celo profesional debemos poner en asegurarnos que la información esté confirmada.
Da Silveira, luego de divulgado el uso interesado que el club Benfica de Portugal estaba dando a sus declaraciones, hizo conocer un comunicado donde señaló que se retractaba de sus dichos sobre Jonathan Rodríguez:
"Debo retractarme, una vez que reconocidos dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol, representantes de la Asociación Uruguaya de Futbolistas Profesionales y profesionales de la medicina y el deporte, que merecen no solamente mi respeto sino mi más alta consideración, me llevaron a aquilatar un presente de este jugador que, debo admitir, no conocía al momento de realizar mis afirmaciones".
Agregó:
"No ha habido en su club, como erróneamente me informara una fuente, controles antidopaje que no fueran superados por el señor Jonathan Rodríguez. Pido disculpas por haberme hecho eco de una versión tan dañina no solamente para el jugador, sino para su familia y para el ser humano. La falsedad de esta versión la he comprobado dialogando con más fuentes, incluyendo al prestigioso cuerpo técnico del Club Atlético Peñarol. También a partir de conversaciones que en las últimas horas mantuve con sus entrenadores y preparadores físicos en el club".

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A diferencia de lo que dice la Mutual, puede ser perfectamente válido informar de aspectos de la vida privada de un político, un funcionario o un jugador de fútbol siempre y cuando estos afecten en forma comprobada su desempeño público.
Lo que no puede defenderse nunca es a un periodista que informa cosas que luego admite que han cambiado de modo sustancial, o que da cuenta de exámenes que dieron positivo y luego resulta que nunca habían dado.
Eso no se puede justificar dentro de los márgenes del buen periodismo.
Da Silveira no hizo lo que Larry Rohter en Brasil, que se mantuvo firme en que la información que había dado sobre Lula era verdadera y que correspondía que el público lo supiera.
Por eso Rohter salió bien parado de su escándalo y Da Silveira no.

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 Quedó demasiado largo. Dejo para la próxima entrada explicar qué tiene que ver este caso con el del jugador uruguayo que le dijo "macaco" a Marcos Guilherme: 
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2015/02/m-ientras-todo-uruguay-discutia-y-la.html )

1 comentario:

  1. Espero con mucho interés la segunda parte. El uso del término "Macaco" no tuvo casi repercusión y algunas de las justificaciones que se escucharon en los medios fueron vergonzosas. Cuesta admitir el racisimo latente.

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